TATUAJES Y PERFORACIONES

TATUAJES Y PERFORACIONES

La práctica del tatuaje ha existido en diferentes culturas a lo largo de la historia de la humanidad. Se han utilizado con significados rituales y simbólicos, para marcar o señalar criminales y para diferenciar una tribu de otra. En la actualidad los tatuajes son muy populares ya sea por la moda que marcan las celebridades, por su alusión a la delincuencia e incluso por considerarse un arte.

Sin embargo desde la antigüedad el Señor declaró: “Y no haréis sajaduras en vuestro cuerpo por un muerto ni imprimiréis en vosotros señal alguna. (Levítico 19:28). La razón de este mandamiento está ligado a una verdad básica: nuestro cuerpo es un Templo, un regalo de Dios y es esencial para nuestro progreso en el plan de nuestro Padre Celestial. El apóstol Pablo lo enseñó así: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno profanare el templo de Dios, Dios le destruirá a él, porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es” (1 Corintios 3:16–17).

Los profetas de los últimos días desaprueban firmemente los tatuajes y las perforaciones al cuerpo. Las personas que desobedecen este consejo demuestran falta de respeto por sí mismas y por Dios. El presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008) declaró: “Un tatuaje es grafiti en el templo del cuerpo” (“Y se multiplicará la paz de tus hijos”, Liahona, noviembre de 2000, pág. 52).

Desde mi niñez y juventud aprendí a respetar la propiedad ajena, no rayaba ni los escritorios, salones y baños de la escuela, tampoco las casas, empresas o parques. Mucho menos destruirlos. Pensaba: “por qué habría de dañar lo que sus constructores hicieron”. Creo que quienes dañan la propiedad ajena, al igual que quienes se tatúan o hacen perforaciones en su cuerpo lo hacen por buscar una identidad que no han encontrado o por mostrar su individualidad. Conocer el plan de salvación nos recuerda la identidad más valiosa: somos hijos de Nuestro Padre Celestial.

Esto es un segmento de uno de los libros que estoy escribiendo.

Mateo Melgar Ochoa
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