La bendición de los
alimentos es una oración para agradecer a Nuestro Padre Celestial por
proveernos el sustento y para pedir su bendición a los alimentos. En la oración
decimos lo que salga del corazón y no hay una oración prescrita. En ella
expresamos nuestros sentimientos, pensamientos y palabras. Agradecemos y
pedimos bendiciones sobre el trabajo, la salud, las manos que preparan los
alimentos, la tierra, la fuerza para servir y el ser nutrido.
En nuestro hogar hacemos
oración antes de cada comida. Como padre, solicito a alguien de la familia que
ofrezca la oración, en mi ausencia lo hace mi esposa. Me gusta dar la
oportunidad a cada miembro de la familia. Suelo pedírsela a quien siento que en
ese momento más lo necesita. A veces se me olvida quien hizo la oración en la
comida anterior y se la vuelvo a pedir. Inmediatamente me lo recuerda y
entonces se la pido a otro.
Cuando es necesario comer
fuera del hogar en un lugar público que no sea la Iglesia, ofrecemos una
oración en silencio, en nuestra mente. En una actividad de la Iglesia donde
habrá alimentos, se bendicen los alimentos tal como en nuestro hogar.
Haciendo esto seguimos el
patrón establecido por Jesucristo y sus discípulos: “Y mandó a la gente
recostarse sobre la hierba; tomó los cinco panes y los dos peces, y alzando los
ojos al cielo, bendijo, y partió y dio los panes a los discípulos, y los
discípulos a la gente”. (Mateo 14:19). “Y tomando los siete panes y los peces,
dio gracias, los partió y dio a sus discípulos, y los discípulos a la gente”.
(Mateo 15:36).
Pablo enseñó que
participáramos de los alimentos con acción de gracias: “… alimentos que Dios
creó para que con acción de gracias participasen de ellos los creyentes y los
que han conocido la verdad”. (1 Timoteo 4:3).
Cuando serví como misionero
tuve la oportunidad de comer en muchos hogares del Estado de Chihuahua. Los
miembros de la Iglesia apoyamos la obra misional dando de comer a los
misioneros que son asignados a nuestros barrios. Comí en hogares de diferentes
niveles socioeconómicos. Las familias buscaban darnos lo mejor. Mi sentido del
gusto aprendió a aceptar diferentes sabores.
Antes de ser misionero era
un poco mañoso para la comida. En la misión aprendí a ser agradecido por tener
alimentos, sin importar que estos no fueran lo mejor para mi paladar. Cuando
sólo tienes para comer tortillas con sal (foto adjunta), llegas a valorar una
mayor variedad de alimentos.
Recuerdo la ocasión cuando
llegamos a un hogar de Ciudad Juárez. Desde que entramos me dio olor a hígado
encebollado, comida que no me gusta. Al terminar de platicar con la familia nos
ofrecieron de cenar. Nos sirvieron 2 tacos de hígado. Les enseñamos a orar
antes de comer y procedimos a hacerlo. Pedimos que los alimentos se
multiplicarán y cuál fue la sorpresa que al abrir los ojos ya teníamos 4 tacos.
Los comí por obligación pero al salir del hogar fuimos caminando aprisa a
nuestra casa para llegar al baño.
En nuestro hogar damos de
comer a los misioneros de forma frecuente. Me gusta que mi esposa reciba esta
asignación porque sé que ese día habrá mucha y buena comida para los misioneros
y para nosotros. Creo en la siguiente promesa del Salvador: “El que recibe a un
profeta porque es profeta, recompensa de profeta recibirá; y el que recibe a un
justo (misionero) porque es justo, recompensa de justo recibirá. Y cualquiera
que dé a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente, porque es
discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa. (Mateo 10:41-42).
Este es un segmento de uno de los libros que estoy
escribiendo.
Mateo Melgar Ochoa
Por favor
suscríbete a mi canal:
www.youtube.com/jugargolf
www.youtube.com/jugargolf
Por favor conoce mis publicaciones anteriores y comparte mis
publicaciones. Gracias.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario