viernes, 27 de enero de 2017

BENDICIÓN DE LOS ALIMENTOS


La bendición de los alimentos es una oración para agradecer a Nuestro Padre Celestial por proveernos el sustento y para pedir su bendición a los alimentos. En la oración decimos lo que salga del corazón y no hay una oración prescrita. En ella expresamos nuestros sentimientos, pensamientos y palabras. Agradecemos y pedimos bendiciones sobre el trabajo, la salud, las manos que preparan los alimentos, la tierra, la fuerza para servir y el ser nutrido.

En nuestro hogar hacemos oración antes de cada comida. Como padre, solicito a alguien de la familia que ofrezca la oración, en mi ausencia lo hace mi esposa. Me gusta dar la oportunidad a cada miembro de la familia. Suelo pedírsela a quien siento que en ese momento más lo necesita. A veces se me olvida quien hizo la oración en la comida anterior y se la vuelvo a pedir. Inmediatamente me lo recuerda y entonces se la pido a otro.

Cuando es necesario comer fuera del hogar en un lugar público que no sea la Iglesia, ofrecemos una oración en silencio, en nuestra mente. En una actividad de la Iglesia donde habrá alimentos, se bendicen los alimentos tal como en nuestro hogar.

Haciendo esto seguimos el patrón establecido por Jesucristo y sus discípulos: “Y mandó a la gente recostarse sobre la hierba; tomó los cinco panes y los dos peces, y alzando los ojos al cielo, bendijo, y partió y dio los panes a los discípulos, y los discípulos a la gente”. (Mateo 14:19). “Y tomando los siete panes y los peces, dio gracias, los partió y dio a sus discípulos, y los discípulos a la gente”. (Mateo 15:36).

Pablo enseñó que participáramos de los alimentos con acción de gracias: “… alimentos que Dios creó para que con acción de gracias participasen de ellos los creyentes y los que han conocido la verdad”. (1 Timoteo 4:3).

Cuando serví como misionero tuve la oportunidad de comer en muchos hogares del Estado de Chihuahua. Los miembros de la Iglesia apoyamos la obra misional dando de comer a los misioneros que son asignados a nuestros barrios. Comí en hogares de diferentes niveles socioeconómicos. Las familias buscaban darnos lo mejor. Mi sentido del gusto aprendió a aceptar diferentes sabores.

Antes de ser misionero era un poco mañoso para la comida. En la misión aprendí a ser agradecido por tener alimentos, sin importar que estos no fueran lo mejor para mi paladar. Cuando sólo tienes para comer tortillas con sal (foto adjunta), llegas a valorar una mayor variedad de alimentos.

Recuerdo la ocasión cuando llegamos a un hogar de Ciudad Juárez. Desde que entramos me dio olor a hígado encebollado, comida que no me gusta. Al terminar de platicar con la familia nos ofrecieron de cenar. Nos sirvieron 2 tacos de hígado. Les enseñamos a orar antes de comer y procedimos a hacerlo. Pedimos que los alimentos se multiplicarán y cuál fue la sorpresa que al abrir los ojos ya teníamos 4 tacos. Los comí por obligación pero al salir del hogar fuimos caminando aprisa a nuestra casa para llegar al baño.

En nuestro hogar damos de comer a los misioneros de forma frecuente. Me gusta que mi esposa reciba esta asignación porque sé que ese día habrá mucha y buena comida para los misioneros y para nosotros. Creo en la siguiente promesa del Salvador: “El que recibe a un profeta porque es profeta, recompensa de profeta recibirá; y el que recibe a un justo (misionero) porque es justo, recompensa de justo recibirá. Y cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente, porque es discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa. (Mateo 10:41-42).

Este es un segmento de uno de los libros que estoy escribiendo.

Mateo Melgar  Ochoa

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