CONTROL DE LA NATALIDAD
El primero mandamiento que Dios les dio a Adán y a Eva fue: “Fructificad y multiplicaos; y henchid la tierra”. (Génesis 1:28). Más adelante el salmista declaró: “He aquí, herencia de Jehová son los hijos; cosa de estima el fruto del vientre. Como saetas en manos del valiente, así son los hijos tenidos en la juventud. Bienaventurado el hombre que ha llenado su aljaba de ellos”. (Salmos 127:3-5). Para entender mejor la escritura aclaremos que una saeta es una flecha y que una aljaba es una caja o cilindro de piel, madera y/o tela usada por los arqueros para transportar las flechas.
En nuestros días, los profetas y apóstoles han declarado: “El primer mandamiento que Dios les dio a Adán y a Eva se relacionaba con el potencial que, como esposo y esposa, tenían de ser padres. Declaramos que el mandamiento de Dios para Sus hijos de multiplicarse y henchir la tierra permanece en vigor”. (“La familia: Una proclamación para el mundo”, Liahona, octubre de 2004, pág. 49.).
Muchas voces del mundo de hoy disminuyen la importancia de tener hijos o proponen que se demoren o que se limiten los hijos en una familia, pero el mandamiento de “fructificad” no se ha olvidado ni se ha desechado en nuestra Iglesia porque es parte importante del plan de nuestro Padre Celestial. El Señor dijo: “… ésta es mi obra y mi gloria: Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre”. (Moisés 1:39). Pero cómo tendremos inmortalidad sin primero haber tenido la mortalidad.
Una pregunta inspirada me enseño la importancia de tener hijos. Unos días después del terremoto de la Ciudad de México de 1985 estaba conversando con nuestra vecina Patricia González sobre el tema de los hijos. Ella argumentando acerca de la idea de limitarlos y yo a favor de tenerlos. Yo sabía que ella era parte de una familia numerosa, así que le pregunte: ¿qué número de hija es usted?, ella me contesto: “soy la ¿?“. Y luego le pregunte: “¿qué hubiera pasado si sus padres hubieran tenido esas ideas sobre los hijos? Guardo silencio y tema cerrado.
En nuestra familia fuimos 7 hermanos, pero el tercero murió a los pocos días que nació. De hecho él hubiera llevado el nombre de Mateo, como mi papá, ya que fue el primer varón. Debido a que mi hermano murió yo recibí el nombre de Mateo. Así que somos en orden de nacimiento: Rosa Susana, María Cristina, Mateo, Hugo César, Joel Joaquín y Edgar Daniel.
El nacer y crecer en una familia numerosa más mi convicción de la importancia de tener hijos, influyeron en mi decisión de buscar una joven digna con quien casarme y formar una familia con 6 hijos. Ese era mi objetivo. Mí amada esposa Claudina y yo estuvimos cerca de lograrlo, tuvimos 5 hijos: Mateo, Nefi Mahonri, James, Josué y Betsy Claudina.
Encontramos ciertas tendencias en los matrimonios actuales: no tener hijos, tener pocos hijos, tener hijos hasta estar seguros que serán compatibles como pareja y postergar los hijos hasta tener todo (títulos académicos, casa, carros, empresas, viajes, vida social, etc.) por mencionar algunas. He observado parejas que al postergar esta sagrada responsabilidad, desafortunadamente, después se les dificulta el tener hijos o no tienen, por los efectos que tienen algunos métodos anticonceptivos, por la edad o porque se divorciaron.
El egoísmo es en esencia la razón principal para no tener hijos. Para quienes tenemos la bendición de tener hijos sería muy sencillo decidir entre un hijo o un título universitario o entre una hija o un automóvil de lujo.
Nosotros tuvimos nuestro primer hijo cuando estábamos estudiando la universidad. En la foto de graduación de la universidad de mi esposa está embarazada de James y ya habíamos tenido a Mateo y Nefi. Los primero años de nuestro matrimonio fue una época de desafíos (creo que todavía lo sigue siendo después de 25 años).
Cuando estaba en el último año de la universidad mantenía a nuestra familia con los ingresos de trabajar como caddie (asistente al jugador de golf), realizaba el servicio social, servía en la Iglesia como secretario de la Presidencia de Estaca y era padre y esposo. Estos años de sacrificio y trabajo nos unieron como pareja.
Después de cada parto de nuestros 5 hijos, los cuales nacieron en forma natural en hospitales públicos, una trabajadora social hablaba con mi esposa para convencerla y presionarla para que no siguiera teniendo hijos y que se sometiera a algún método de esterilización.
En nuestro caso hemos decidido seguir teniendo el poder de procrear.
La decisión con respecto a cuántos hijos tener y cuándo tenerlos es extremadamente íntima y privada y debe quedar entre los cónyuges y el Señor. Éstas son decisiones sagradas que deben tomarse en sincera oración y realizarse con gran fe.
No somos partidarios de tener los hijos que Dios quiera, con la interpretación que se le da en la sociedad actual: tener hijo tras hijo sin importar las circunstancias de la familia. Se insta a los cónyuges a orar y a consultarse mutuamente al planificar su familia. Entre los asuntos que deben considerar están la salud física y mental de ambos progenitores, así como su capacidad de proveer para las necesidades básicas de sus hijos. Los miembros de la Iglesia no debemos juzgarnos unos a otros en este asunto.
Desde que estuve en la secundaria he escuchado advertencias acerca de la sobrepoblación y de los efectos tan devastadores que ésta puede causar. Aun antes de ser miembro de la Iglesia no era partidario de esa idea, porque al viajar por carretera me di cuenta que nuestro planeta es inmenso y que los lugares que ocupan los pueblos y ciudades son pequeños comparados con todo lo que está sin poblar.
Al conocer el evangelio me di cuenta que mi percepción era correcta. El Señor declaro: “Yo, el Señor, extendí los cielos y formé la tierra, hechura de mis propias manos; y todas las cosas que en ellos hay son mías. Y es mi propósito abastecer a mis santos, porque todas las cosas son mías. Porque la tierra está llena, y hay suficiente y de sobra; sí, yo preparé todas las cosas, y he concedido a los hijos de los hombres que sean sus propios agentes”. (D y C 104:14, 15, 17).
La causa de la pobreza y el hambre no está en la falta de recursos, ni en la densidad de población, ni en el tener hijos, sino en el cómo utilizamos esos recursos que Dios nos ha proporcionado en el ejercicio de nuestro albedrío. Uno de los mandamientos más repetitivos en las Escrituras es que los hombres prosperarán si guardan los mandamientos.
El Señor le dijo al pueblo de Israel: “Si anduviereis en mis decretos y guardareis mis mandamientos, y los pusiereis por obra, yo daré vuestra lluvia en su tiempo, y la tierra rendirá sus productos, y el árbol del campo dará su fruto. Vuestra trilla alcanzara a la vendimia, y la vendimia alcanzara a la sementera, y comeréis vuestro pan hasta saciaros, y habitareis seguros en vuestra tierra. Y yo daré paz en la tierra, y dormiréis, y no habrá quien os espante.”. (Levítico 26 3-6).
Nefi registró lo siguiente cuando llegaron a América: “Y nos afanamos por cumplir con los juicios, y los estatutos y mandamientos del Señor en todas las cosas… Y el Señor fue con nosotros, y prosperamos en gran manera; porque plantamos semillas, y cosechamos abundantemente en cambio. Y empezamos a criar rebaños, manadas y animales de toda clase. Y aconteció que comenzamos a prosperar en extremo, y a multiplicarnos en el país” (2 Nefi 5:10-11, 13).
Así vemos que las personas prosperan cuando guardan los mandamientos de Dios. Un gran ejemplo de ello son mis padres. En cuanto a educación formal no terminaron la escuela primaria, pero debido a su fe y a su trabajo pudieron proveer alimentación, ropa, entretenimiento, etc… y estudios universitarios a sus 6 hijos. Si ellos, que tuvieron menos oportunidades de preparación que nosotros, por qué no hemos de poder nosotros.
Al mirar a los ojos de un niño, vemos a un amigo hijo o hija de Dios que estuvo con nosotros en la vida premortal. Que podamos recibir la promesa que Jesucristo nos dio: “ Y tomó a un niño y lo puso en medio de ellos; y tomándole en sus brazos, les dijo: El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe; y el que a mí me recibe, no me recibe a mí, sino al que me envió. (Marcos 9:36-37).
Este es un segmento de uno de los libros que estoy escribiendo.
Mateo Melgar Ochoa
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