NUESTRO HIJO JOSUÉ EN SU BAÑO
Las cifras sobre la
cantidad de muertes que hubo en la Primera y Segunda Guerra Mundial son
aterradoras: 32 millones de soldados sin contar la población civil. Actualmente
hay una guerra cuya cantidad de víctimas supera por mucho estas estadísticas.
Esta guerra llamada aborto es una guerra contra los indefensos, contra los que
no tienen voz; es una guerra contra los que aún no nacen.
Desde el Sinaí recibimos el
mandamiento “No matarás”. (Éxodo 20:13). Jesucristo elevo el requerimiento en
el Sermón del Monte: “Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y
cualquiera que matare será culpable de juicio.
Pero yo os digo que cualquiera que se enoje con su hermano será culpable
de juicio; y cualquiera que diga a su hermano: Raca, será culpable ante el
concilio; y cualquiera que diga: Insensato, quedará expuesto al fuego del
infierno. (Mateo 5:21-22).
Mucho antes de la
restauración del evangelio hubo personas inspiradas que comprendieron la
santidad de la vida humana. Juan Calvino, un reformador del siglo XVI,
escribió: “Si nos parece más horrible que se mate a un hombre en su propia casa
que en el campo… tendría que considerarse más atroz aún destruir a un feto en
la matriz antes de nacer”. (Juan Calvino, Commentaries on the Four Last Books
of Moses Arranged in the Form of a Harmony [“Comentarios sobre los cuatro
últimos libros de Moisés en un arreglo armonioso] traducción [en inglés] de
Charles William Bingham, 22 tomos, 1979, tomo III, pág. 42.)
En la actualidad el Señor
agregó: “…no matarás, ni harás ninguna cosa semejante” (D. y C. 59:6) y el
consejo de sus profetas ha sido muy claro: los miembros de la Iglesia que se
sometan, promuevan, den consentimiento, paguen u organicen un aborto pueden
quedar sujetos a la disciplina de la Iglesia.
Los líderes de la Iglesia
han dicho que ciertas circunstancias excepcionales podrían justificar un
aborto, por ejemplo, cuando el embarazo sea el resultado de incesto, de
violación, cuando esté en peligro la vida o la salud de la madre según la
opinión de autoridades médicas competentes, o cuando dichas autoridades
determinen que el feto tiene defectos graves que no le permitirán sobrevivir
más allá del nacimiento; pero aun esas circunstancias no justifican
automáticamente que se provoque un aborto. Los que se enfrenten con tales
circunstancias deben considerar el aborto sólo después de consultar con sus
líderes locales de la Iglesia y de recibir una confirmación por medio de la
oración sincera.
La mayoría de los abortos
se realizan por conveniencia personal o social para poner fin a un embarazo
inesperado producto de violar la ley de castidad. En las Escrituras encontramos
una historia de cómo el ocultar un pecado nos puede llevar a cometer uno más
grave y a mayor pesar:
"Y acaeció que,
levantándose David de su lecho al caer la tarde, se paseaba por el terrado de
la casa real, cuando vio desde el terrado a una mujer que se estaba bañando, la
cual era muy hermosa. Y envió David a preguntar por aquella mujer, y le
dijeron: Aquella es Betsabé hija de Eliam, esposa de Urías, el heteo. Y envió
David mensajeros y la tomó; y vino a él y él se acostó con ella. Luego ella se
purificó de su impureza y volvió a su casa. Y concibió la mujer y envió a
hacerlo saber a David, diciendo: Estoy encinta”. (2 Samuel 11:3-5).
“Y aconteció a la mañana
siguiente que David escribió una carta a Joab, la cual envió por mano de Urías.
Y escribió en la carta, diciendo: Poned a Urías al frente, en lo más recio de
la batalla, y retiraos de él, para que sea herido y muera. Y al oír la esposa
de Urías que su marido, Urías, había muerto, hizo duelo por su marido. Y pasado
el luto, envió David y la trajo a su casa; y fue ella su esposa y le dio a luz
un hijo. Pero esto que David había hecho fue malo ante los ojos de Jehová. (2
Samuel 11:14-15, 26-27).
Irónicamente, las
sociedades civilizadas, que por lo general han protegido la vida humana, ahora
han promulgado leyes que permiten el aborto, defendiendo su posición con
argumentos engañosos. “Hay quienes defienden el aborto por el temor de que el
niño nazca con una deformación congénita. Sin duda, los efectos perjudiciales
de ciertas infecciones o de agentes tóxicos en el primer trimestre son reales;
pero es preciso tener prudencia al considerar la idea de poner fin al embarazo.
La vida tiene gran valor para todos, incluso para los que nacen con
discapacidades. Y más aún: el resultado puede no ser tan serio como se ha
supuesto. El negar la vida a una persona por una posible discapacidad es un
asunto muy serio. La norma que se aplicaría a esa lógica sería que también se
debería poner fin a la vida de los que ya sufren esas deficiencias; y otro paso
en esa trágica manera de pensar llevaría a la conclusión de que igualmente
deberían ser eliminados los que estén gravemente enfermos o causen
inconvenientes. ¡Tal menosprecio por la vida sería totalmente inconcebible!”.
(Rusell M. Nelson, “El aborto: asalto a los indefensos”, Liahona Octubre de
2008, pags. ).
Otro argumento es “que la
mujer tiene la libertad de decidir qué
hacer con su propio cuerpo. Hasta cierto punto, eso es verdad para cada uno de
nosotros, ya sea varón o mujer: tenemos la libertad de pensar; tenemos la
libertad de hacer planes y tenemos la libertad de actuar; pero una vez que
entramos en acción, nunca quedamos libres de sus consecuencias. Para comprender
más claramente este concepto, podemos compararlo con el caso de un astronauta.
Mientras dure la selección o la preparación, esa persona tiene la libertad de
salir del programa en cualquier momento. Pero una vez que la nave espacial ha
despegado, el astronauta está sujeto a las consecuencias de su decisión tomada
antes de embarcarse en esa misión”.
“Lo mismo les sucede a las
personas que deciden embarcarse en la jornada que conduce a ser padres: tienen
la libertad de decidir, de tomar o no tomar ese curso. Una vez que ha ocurrido
la concepción, la decisión ya se ha tomado. Y sí, la mujer tiene la libertad de
decidir qué hacer con su cuerpo. Ya sea que lo que ha decidido la lleve a una
misión aeroespacial o a tener un bebé, su decisión de embarcarse en esa jornada
la liga a las consecuencias de esa opción. No puede volverse atrás”.
Otro argumento de los
defensores del aborto es “el derecho de opción personal. Eso sería verdad si
afectara a una sola persona. Los derechos de cualquier persona no le autorizan
a abusar de los derechos de otra persona. Ya sea en el matrimonio o sin él, el
aborto no es un asunto individual. El hecho de dar fin a la vida de un bebé en
desarrollo involucra a dos personas con cuerpos, cerebros y corazones
separados. La decisión de una mujer en cuanto a su propio cuerpo no incluye el
derecho de privar a su bebé de la vida, y de toda una vida de opciones que su
hijo tendría que tomar”.
Cuando vi por primera vez a Mateo, nuestro primer hijo, lo vi un poco arrugado y pregunté: ¿es normal que esté así? Después entendí que debido a que estaba en un ambiente líquido es que nació así. Nuestros 5 hijos nacieron de parto natural en el IMSS y fueron amamantados por su madre. No puedo imaginar la vida sin nuestros hijos. Las satisfacciones que hemos recibido de ellos, no se comparan con ningún logro laboral, deportivo, económico o de cualquier índole.
“¡La vida es un don precioso! Nadie puede tener en los brazos a un bebé inocente, mirar esos hermosos ojos, tocar sus deditos y besarlo en la mejilla sin sentir una reverencia cada vez más profunda por la vida y por nuestro Creador. La vida proviene de la vida y no es un accidente: Es un don de Dios. Él no envía una vida inocente para que la destruyan. Él la da y naturalmente sólo Él puede quitarla”.
Este es un segmento de uno de los libros que estoy
escribiendo.
Mateo Melgar Ochoa
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