“Proporcionar instrucción del Evangelio y fortalecer la fe y el testimonio” son algunos de los propósitos de la reunión sacramental. A los miembros se nos invita a discursar para lograr estos propósitos, pero debido a que no somos oradores profesionales es necesario que aprendamos cómo hacerlo.
El discursar nos puede ocasionar tal miedo, que huyamos de este compromiso, no podamos dormir e incluso nos enfermemos. Nelson Mandela declaró: “El hombre valiente no es el que no siente miedo, sino aquel que conquista ese miedo”. El Señor ha dicho “si estáis preparados, no temeréis” (DyC 38:30). Así que la preparación nos dará la confianza para dar nuestro mensaje como Jesucristo quien “enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas” (Marcos 1:22).
La mayoría podemos distinguir a los hermanos y hermanas de nuestros barrios que son buenos para discursar, incluso lo notamos en nuestros líderes. Algunos de ellos gozan del don de la “palabra de conocimiento” (1 Corintios 12:8, Moroni 10:10, DyC 46:18) y otros han aplicado el consejo del Señor “de que todo hombre mejore su talento” (DyC 82:18). En cualquiera de los casos aplica el “nadie nace enseñado”, así que el don de discursar se desarrolla practicando y haciéndolo.
Veamos algunas pautas para que nuestros discursos inspiren, motiven, enseñen y cambien vidas. He dividido las pautas en 3 áreas: qué enseñar, cómo enseñar y aprendamos de los profesionales.
¿QUÉ ENSEÑAR?
EL TEMA DEL MENSAJE. Los líderes reunidos en Consejo han seleccionado el tema del discurso en base a las necesidades de los miembros. “Debes estudiarlo en tu mente” (DyC 9:8), entender por qué el Señor y los líderes desean que se comparta este mensaje y orar para comprender estas necesidades. El tema del mensaje debe comunicarse claramente y los conceptos expuestos deben estar relacionados con el tema. En muchas comidas familiares dominicales hemos preguntado “¿el hermano Pérez de qué discurso?”. Debido a que el hermano estuvo divagando no podemos saber con precisión cuál fue el tema principal de su discurso
JESUCRISTO. Cualquiera que sea el tema de nuestro mensaje debemos relacionarlo con Jesucristo y sus enseñanzas, ya que “es Cristo, el Hijo de Dios, donde debéis establecer vuestro fundamento” (Helamán 5:12). Sólo con un testimonio de Jesucristo y estando convertidos a él no caeremos “cuando el diablo lance sus impetuosos vientos, sí, sus dardos en el torbellino, sí, cuando todo su granizo y furiosa tormenta os azoten” (Helamán 5:12).
LAS ESCRITURAS. El Señor estableció que en nuestra Iglesia se “enseñarán lo principios de mi evangelio, que se encuentran en la Biblia y en el Libro de Mormón” (DyC 42:12). Alma sabía que “la palabra tenía gran propensión a impulsar a la gente a hacer lo era justo - sí, había surtido un efecto más potente en la mente del pueblo que la espada o cualquier otra cosa que les había acontecido” (Alma 31:5). Por otro lado, Nefi aprendió que la barra de hierro “era la palabra de Dios; y que quienes escucharan la palabra de Dios y se aferraran a ella, no perecerían jamás; ni los vencerían las tentaciones ni los ardientes dardos del adversario” (1 Nefi 15:24).
Es común que los discursantes prediquemos nuestra propia filosofía o la filosofía del mundo, incluso olvidamos citar las Escrituras. La Iglesia recomienda evitar hablar de temas especulativos, controvertidos o que no estén en armonía con la doctrina de la Iglesia.
LOS PROFETAS. El Señor nos ha pedido que enseñemos “las cosas escritas por los profetas y apóstoles, y lo que el Consolador les enseñe mediante la oración de fe” (DyC 52:9). Y que recibamos “su palabra con toda fe y paciencia como si viniera de mi propia boca. Porque si hacéis estas cosas, las puertas del infierno no prevalecerán contra vosotros; sí, y Dios el Señor dispersará los poderes de las tinieblas de ante vosotros, y hará sacudir los cielos para vuestro bien y para la gloria de su nombre” (DyC 21:5-6).
Discursar sobre los mensajes de los profetas y apóstoles que se dan en la Conferencia General se ha convertido en una costumbre, no oficial. La práctica es buena pero se tiene que tener en cuenta que no disponemos del mismo tiempo, que se espera que no se lea completo o gran parte del mensaje y que el mensaje es solo una guía que se puede complementar con algunas de las pautas de este mensaje.
HABLAR CON EL CORAZÓN. Relatar experiencias que fomenten la fe y dar testimonio de las verdades que se enseñan son ingredientes esenciales de la receta para dar discursos significativos. El Presidente Thomas S. Monson es un ejemplo extraordinario de estos conceptos.
Hemos visto discursantes que al principio hablan de un tema de manera formal y aburrida, teniendo poco éxito, pero en el momento que dejan el formalismo y empiezan a “hablar con el corazón” de experiencias de su propia vida y dan testimonio de cómo estos principios le han bendecido, logran captar la atención y tocan el corazón de las personas.
El tema del mensaje se ilustra mejor con una historia personal. Las personas quieren conocer los detalles de las historias y se tienden a identificar con los personajes de ellas. Las historias prueban de manera más convincente los conceptos expuestos, además que son más fáciles de recordar. He comprobado que las historias perduran, como las buenas maderas, en la mente y en el corazón de quienes las escuchan.
El testimonio es la confirmación espiritual y el conocimiento que da el Espíritu Santo. Quien da testimonio es un testigo que atestigua, tal como Lehi de “las cosas que había visto y oído” (1 Nefi 1:19). El dar testimonio es hablar de las convicciones espirituales más profundas del alma, es hablar con el corazón.
¿CÓMO DAR EL MENSAJE?
CON EL ESPÍRITU. “Y se os dará el Espíritu por la oración de fe; y si no recibís el Espíritu, no enseñaréis” (DyC 42:14). En la preparación del mensaje y al ofrecerlo es necesario pedir la ayuda del Espíritu en oración. El tener o no el Espíritu hará una gran diferencia en el discurso, Pablo dejó muy clara esta diferencia cuando dijo “y ni mi palabra ni mi predicación fueron con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no estuviese fundada en la sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios” (1 Corintios 2:4-5). Sin el Espíritu será como escuchar a un “escriba” y con el Espíritu “el que la predica y el que la recibe se comprenden el uno al otro, y ambos son edificados y se regocijan juntamente” (DyC 50:22).
EL GANCHO. La apertura del mensaje es sumamente importante para captar la atención. Evitemos las frases trilladas como “agradezco al obispado”, “me siento nervioso”, “es la primera vez que discurso”, “apenas ayer me avisaron de mi discurso” y “mi discurso está basado en el mensaje del Élder Powers”.
Para atrapar a la congregación se recomienda iniciar con un hecho sorprendente, con una anécdota, un himno, un poema, una escritura, una pregunta, una analogía, una cita o con una estadística relacionada con el tema. También se puede iniciar con el tema del mensaje, su objetivo y los beneficios que recibirán los miembros.
EL CUERPO DEL MENSAJE. “Organizaos” (DyC 88:119) dijo el Señor y su consejo es válido en la preparación de un discurso. No hay una fórmula única para dar un mensaje, pero una estructura es muy útil. Veamos un ejemplo del cuerpo de una presentación.
Después de “el gancho” podemos dar un avance preliminar de los puntos a tratar. Es recomendable manejar sólo 3 puntos sobre el tema. En caso de que sea difícil reducir los puntos a 3, pueden ser más puntos o en cada punto puede haber subtemas.Como ejemplo, veamos un párrafo del mensaje “Los tres aspectos de las decisiones” del Presidente Thomas S. Monson: “Al contemplar los diversos aspectos de las decisiones, las he colocado en tres categorías: primero, el derecho de elegir; segundo, la responsabilidad de elegir; y tercero, los resultados de elegir. Los llamo los tres aspectos de las decisiones”.
La siguiente parte de la presentación es explicar e ilustrar cada punto usando algunos de los recursos que hemos visto. Al final hacemos una recapitulación de los puntos vistos, retomamos “el gancho” que usamos, exhortamos a la acción y damos nuestro testimonio.
¿LECTURA O BOSQUEJO?. Al dar nuestro mensaje podemos leerlo o podemos preparar un bosquejo. En particular prefiero preparar un bosquejo y tomarlo como guía, de esta manera puedo tener contacto visual con la congregación en lugar de estar leyendo con la cabeza hacia abajo.
Por medio del bosquejo siento que el Espíritu Santo nos da “en el momento preciso, lo que habéis de decir” (DyC 100:6), “pues no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros” (Mateo 10:20).
Al estar discursando sólo veo de reojo los puntos y los expreso con libertad teniendo la confianza de que el Espíritu me ayudará porque me he preparado para ello
HUMOR. Pablo dijo: “Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno”. (Colosenses 4:6). El humor rompe el hielo con la congregación, relaja el ambiente y despierta el interés. En el diario vivir tenemos muchas experiencias graciosas que sirven para ilustrar conceptos del evangelio. Es recomendable coleccionar estas anécdotas para poder utilizarlas en nuestros mensajes.
EL TIEMPO. Hoy en día tenemos muchos discursantes como Pablo quien “alargó el discurso hasta la medianoche” (Hechos 20:7) ocasionando que “un joven llamado Eutico, que estaba sentado en la ventana, rendido de un sueño profundo, como Pablo hablaba largamente, vencido por el sueño, se cayó del tercer piso abajo y fue alzado muerto” (Hechos 20:9). El terminar a tiempo un discurso es un don que pocos poseen debido a que no preparamos nuestro mensaje.
Al recibir la asignación de discursar debemos saber de cuánto tiempo disponemos. Empecemos a preparar el mensaje en cuanto recibamos la asignación, así tendremos más tiempo para recibir ideas e inspiración. Evitemos preparar el mensaje un día antes de darlo o el mismo día que lo daremos.
Ensayemos el mensaje en un espejo, con la familia o con un amigo para asegurarnos de que los diremos dentro del tiempo que disponemos.
Se recomienda llegar temprano a los servicios y sentarse en el estrado para ahorrar tiempo.
Lo correcto es terminar el mensaje dentro del tiempo establecido, pero la mayoría de las personas nos desviamos del tema, terminamos divagando, nunca llegamos al final y aburrimos a la congregación. Hay que saber poner los frenos; frases como “en conclusión”, “por último” o “para resumir” indican que el final se aproxima.
Una virtud de los buenos oradores es que son capaces de adaptar el mensaje al tiempo que le hayan dejado los anteriores discursantes. Hay que ser capaz de alargar o acortar el mensaje, para ello hay que tener planeado que poner y que quitar. Es un reto desarrollar esta habilidad.
LOS PROFESIONALES
El Señor nos ha exhortado a “buscad palabras de sabiduría de los mejores libros” (DyC 88:118). Esta invitación la podemos aplicar a nuestros discursos.
LA VOZ. La forma en que decimos nuestro mensaje puede tener mayor influencia que lo que decimos. Jamás se ha logrado algo extraordinario sin entusiasmo. Podemos añadir emoción a nuestro mensaje si le damos variedad a nuestro volumen (bajo, alto) y al ritmo (despacio, rápido). También hay que tomar en cuenta el tono en el que expresamos nuestro mensaje, la entonación que es la variación en el tono de la voz y la vocalización que es la pronunciación correcta de las palabras, entre otros elementos. Se recomienda leer diario practicando estos puntos.
LA PAUSA. Podemos hacer una pausa para ocultar los nervios, para eliminar las muletillas (este, verdad, ¿no?, y, etc.), para reordenar el mensaje, para volver a captar la atención de los presentes, para respirar desde el abdomen, para recapitulizar, etc.
LA PRESENCIA FÍSICA. Una presencia atractiva nos da confianza para compartir nuestro mensaje. Establezcan contacto visual, sonrían, mantengan la cabeza erguida, respiren, centrense en la parte delantera de las plantas de los pies no en los talones, las manos sueltas, los brazos y hombros relajados.
CONCLUSIÓN
Dí mi primer discurso siendo un joven de 14 años recién converso. No recuerdo el tema del discurso pero recuerdo con toda claridad el poder del Espíritu que hubo en mi. A lo largo de los años mi meta ha sido que en mis discursos pueda sentir el mismo Espíritu que tuve en mi primer discurso. En muchas ocasiones lo he logrado, pero cuando no lo he sentido, sé que ha hablado mi “hombre natural” (Mosíah 3:19) y he terminado confundido y vacío.
Varias personas me ha dicho que les gustan mis mensajes porque hablo con “claridad” (2 Nefi 31:3), tal como Nefi de antaño, pero en mis discursos lo único que he deseado es “ que quizá sea un instrumento en las manos de Dios para conducir a algún alma al arrepentimiento” (Alma 29:9).
Sé que las pautas que hemos visto son efectivas porque la he puesto en práctica y he visto con satisfacción que nuestros hijos también las han aplicado logrando que quienes los escuchan tengan una experiencia espiritual.
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