sábado, 29 de abril de 2017

PAUTAS PARA DISCURSAR

OBJETIVO. Proporcionar instrucción del Evangelio y fortalecer la fe y el testimonio.
PREPARACIÓN. La preparación es fundamental para dar un buen discurso. El Señor ha dicho “si estáis preparados, no temeréis” (DyC 38:30).  


¿QUÉ ENSEÑAR?


EL TEMA DEL MENSAJE. Conoce el tema de tu mensaje y el enfoque que quieren los líderes. Entiende las necesidades de los miembros. Mantente centrado en el tema. Investiga el tema en: www.lds.org


JESUCRISTO. Cualquiera que sea el tema de tu mensaje debes relacionarlo con Jesucristo y sus enseñanzas.


LOS PROFETAS. Utiliza los mensajes de los profetas y apóstoles para preparar el tuyo. No leas completo un discurso de las Conferencias Generales ya que es muy extenso para el tiempo que dispones. Puedes extraer algunas frases. Recuerda que sólo es una guía.


HABLAR CON EL CORAZÓN. Relata experiencias que fomenten la fe y da testimonio de las verdades que enseñes.
¿CÓMO DAR EL MENSAJE?


CON EL ESPÍRITU. “Y se os dará el Espíritu por la oración de fe; y si no recibís el Espíritu, no enseñaréis” (DyC 42:14). En la preparación del mensaje y al ofrecerlo pide la ayuda del Espíritu en oración.


EL GANCHO. La apertura del mensaje es sumamente importante para captar la atención. Por ejemplo: inicia con un hecho sorprendente, con una anécdota, un himno, un poema, una escritura, una pregunta, una analogía, una cita o con una  estadística relacionada con el tema. También puedes iniciar con el tema del mensaje, su objetivo y los beneficios que recibirán los miembros.
Evita las frases trilladas como “agradezco al obispado”, “me siento nervioso”, “es la primera vez que discurso”, “apenas ayer me avisaron de mi discurso” y “mi discurso está basado en el mensaje del Élder Powers”.


EL CUERPO DEL MENSAJE.  No hay una fórmula única para dar un mensaje, pero una estructura es muy útil. Veamos un ejemplo del cuerpo de una presentación.


Después de “el gancho” puedes dar un avance preliminar de los puntos a tratar. Es recomendable manejar sólo 3 puntos sobre el tema. En caso de que sea difícil reducir los puntos a 3, pueden ser más puntos o en cada punto puede haber subtemas.


La siguiente parte de la presentación es explicar e ilustrar cada punto usando algunos de los recursos que hemos visto. Al final haces una recapitulación de los puntos vistos, retomas “el gancho” que usaste, exhortas a la acción y das tu testimonio.


¿LECTURA O BOSQUEJO?. Al dar tu mensaje puedes leerlo o puedes preparar un bosquejo como guía.


HUMOR. “Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno”. (Colosenses 4:6).


EL TIEMPO. Al recibir la asignación de discursar debes saber de cuánto tiempo dispones.  Llega temprano a los servicios y siéntate en el estrado para ahorrar tiempo.Termina a tiempo tu discurso.
Prepárate para adaptar tu mensaje al tiempo que te hayan dejado los anteriores discursantes. Sé capaz de alargar o acortar el mensaje.


LOS PROFESIONALES


LA VOZ.  La forma en que dices tu mensaje puede tener mayor influencia que lo que dices.  Puedes añadir emoción a tu mensaje si le das variedad a tu volumen (bajo, alto) y al ritmo (despacio, rápido). También hay que tomar en cuenta el tono en el que expresas tu  mensaje, la entonación que es la variación en el tono de la voz y la vocalización que es la pronunciación correcta de las palabras, entre otros elementos.


LA PAUSA.  Puedes hacer una pausa para ocultar los nervios, para eliminar las muletillas (este, verdad, ¿no?, y, etc.), para reordenar el mensaje, para volver a captar la atención de los presentes, para respirar desde el abdomen, para recapitulizar, etc.

LA PRESENCIA FÍSICA. Establece contacto visual, sonríe, mantén la cabeza erguida, respira, centrate en la parte delantera de las plantas de los pies no en los talones, las manos sueltas, los brazos y hombros relajados.

lunes, 24 de abril de 2017

DISCURSOS QUE CAMBIAN VIDAS


“Proporcionar instrucción del Evangelio y fortalecer la fe y el testimonio” son algunos de los propósitos de la reunión sacramental. A los miembros se nos invita a discursar para lograr estos propósitos, pero debido a que no somos oradores profesionales es necesario que aprendamos cómo hacerlo.


El discursar nos puede ocasionar tal miedo, que huyamos de este compromiso, no podamos dormir e incluso nos enfermemos. Nelson Mandela declaró: “El hombre valiente no es el que no siente miedo, sino aquel que conquista ese miedo”. El Señor ha dicho “si estáis preparados, no temeréis” (DyC 38:30).  Así que la preparación nos dará la confianza para dar nuestro mensaje como Jesucristo quien “enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas” (Marcos 1:22).


La mayoría podemos distinguir a los hermanos y hermanas de nuestros barrios que son buenos para discursar, incluso lo notamos en nuestros líderes.  Algunos de ellos gozan del don de la  “palabra de conocimiento” (1 Corintios 12:8, Moroni 10:10, DyC 46:18) y otros han aplicado el consejo del Señor “de que todo hombre mejore su talento” (DyC 82:18). En cualquiera de los casos aplica el “nadie nace enseñado”, así que el don de discursar se desarrolla practicando y haciéndolo.


Veamos algunas pautas para que nuestros discursos inspiren, motiven, enseñen y cambien vidas. He dividido las pautas en 3 áreas: qué enseñar, cómo enseñar y aprendamos de los profesionales.


¿QUÉ ENSEÑAR?


EL TEMA DEL MENSAJE. Los líderes reunidos en Consejo han seleccionado el tema del discurso en base a las necesidades de los miembros. “Debes estudiarlo en tu mente” (DyC 9:8), entender por qué el Señor y los líderes desean que se comparta este mensaje y orar para comprender estas necesidades. El tema del mensaje debe comunicarse claramente y los conceptos expuestos deben estar relacionados con el tema. En muchas comidas familiares dominicales hemos preguntado “¿el hermano Pérez de qué discurso?”. Debido a que el hermano estuvo divagando no podemos saber con precisión cuál fue el tema principal de su discurso


JESUCRISTO. Cualquiera que sea el tema de nuestro mensaje debemos relacionarlo con Jesucristo y sus enseñanzas, ya que “es Cristo, el Hijo de Dios, donde debéis establecer vuestro fundamento” (Helamán 5:12). Sólo con un testimonio de Jesucristo y estando convertidos a él no caeremos “cuando el diablo lance sus impetuosos vientos, sí, sus dardos en el torbellino, sí, cuando todo su granizo y furiosa tormenta os azoten” (Helamán 5:12).


LAS ESCRITURAS. El Señor estableció que en nuestra Iglesia se “enseñarán lo principios de mi evangelio, que se encuentran en la Biblia y en el Libro de Mormón” (DyC 42:12). Alma sabía que “la palabra tenía gran propensión a impulsar a la gente a hacer lo era justo - sí, había surtido un efecto más potente en la mente del pueblo que la espada o cualquier otra cosa que les había acontecido” (Alma 31:5). Por otro lado, Nefi aprendió que la barra de hierro “era la palabra de Dios; y que quienes escucharan la palabra de Dios y se aferraran a ella, no perecerían jamás; ni los vencerían las tentaciones ni los ardientes dardos del adversario” (1 Nefi 15:24).


Es común que los discursantes prediquemos nuestra propia filosofía o la filosofía del mundo, incluso olvidamos citar las Escrituras. La Iglesia recomienda evitar hablar de temas especulativos, controvertidos o que no estén en armonía con la doctrina de la Iglesia.


LOS PROFETAS. El Señor nos ha pedido que enseñemos “las cosas escritas por los profetas y apóstoles, y lo que el Consolador les enseñe mediante la oración de fe” (DyC 52:9). Y que recibamos “su palabra con toda fe y paciencia como si viniera de mi propia boca.  Porque si hacéis estas cosas, las puertas del infierno no prevalecerán contra vosotros; sí, y Dios el Señor dispersará los poderes de las tinieblas de ante vosotros, y hará sacudir los cielos para vuestro bien y para la gloria de su nombre” (DyC 21:5-6).


Discursar sobre los mensajes de los profetas y apóstoles que se dan en la Conferencia General se ha convertido en una costumbre, no oficial. La práctica es buena pero se tiene que tener en cuenta que no disponemos del mismo tiempo, que se espera que no se lea completo o gran parte del mensaje y que el mensaje es solo una guía que se puede complementar con algunas de las pautas de este mensaje.


HABLAR CON EL CORAZÓN. Relatar experiencias que fomenten la fe y dar testimonio de las verdades que se enseñan son ingredientes esenciales de la receta para dar discursos significativos. El Presidente Thomas S. Monson es un ejemplo extraordinario de estos conceptos.


Hemos visto discursantes que al principio hablan de un tema de manera formal y aburrida, teniendo poco éxito, pero en el momento que dejan el formalismo y empiezan a “hablar con el corazón” de experiencias de su propia vida y dan testimonio de cómo estos principios le han bendecido, logran captar la atención y tocan el corazón de las personas.


El tema del mensaje se ilustra mejor con una historia personal. Las personas quieren conocer los detalles de las historias y se tienden a identificar con los personajes de ellas. Las historias prueban de manera más convincente los conceptos expuestos, además que son más fáciles de recordar. He comprobado que las historias perduran, como las buenas maderas, en la mente y en el corazón de quienes las escuchan.


El testimonio es la confirmación espiritual y el conocimiento que da el Espíritu Santo. Quien da testimonio es un testigo que atestigua, tal como Lehi de “las cosas que había visto y oído” (1 Nefi 1:19). El dar testimonio es hablar de las convicciones espirituales más profundas del alma, es hablar con el corazón.
¿CÓMO DAR EL MENSAJE?


CON EL ESPÍRITU. “Y se os dará el Espíritu por la oración de fe; y si no recibís el Espíritu, no enseñaréis” (DyC 42:14). En la preparación del mensaje y al ofrecerlo es necesario pedir la ayuda del Espíritu en oración. El tener o no el Espíritu hará una gran diferencia en el discurso, Pablo dejó muy clara esta diferencia cuando dijo “y ni mi palabra ni mi predicación fueron con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no estuviese fundada  en la sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios” (1 Corintios 2:4-5).  Sin el Espíritu será como escuchar a un “escriba” y con el Espíritu “el que la predica y el que la recibe se comprenden el uno al otro, y ambos son edificados y se regocijan juntamente” (DyC 50:22).


EL GANCHO. La apertura del mensaje es sumamente importante para captar la atención. Evitemos las frases trilladas como “agradezco al obispado”, “me siento nervioso”, “es la primera vez que discurso”, “apenas ayer me avisaron de mi discurso” y “mi discurso está basado en el mensaje del Élder Powers”.


Para atrapar a la congregación se recomienda iniciar con un hecho sorprendente, con una anécdota, un himno, un poema, una escritura, una pregunta, una analogía, una cita o con una  estadística relacionada con el tema. También se puede iniciar con el tema del mensaje, su objetivo y los beneficios que recibirán los miembros.


EL CUERPO DEL MENSAJE. “Organizaos” (DyC 88:119) dijo el Señor y su consejo es válido en la preparación de un discurso. No hay una fórmula única para dar un mensaje, pero una estructura es muy útil. Veamos un ejemplo del cuerpo de una presentación.


Después de “el gancho” podemos dar un avance preliminar de los puntos a tratar. Es recomendable manejar sólo 3 puntos sobre el tema. En caso de que sea difícil reducir los puntos a 3, pueden ser más puntos o en cada punto puede haber subtemas.Como ejemplo, veamos un párrafo del mensaje “Los tres aspectos de las decisiones” del Presidente Thomas S. Monson: “Al contemplar los diversos aspectos de las decisiones, las he colocado en tres categorías: primero, el derecho de elegir; segundo, la responsabilidad de elegir; y tercero, los resultados de elegir. Los llamo los tres aspectos de las decisiones”.


La siguiente parte de la presentación es explicar e ilustrar cada punto usando algunos de los recursos que hemos visto. Al final hacemos una recapitulación de los puntos vistos, retomamos “el gancho” que usamos, exhortamos a la acción y damos nuestro testimonio.


¿LECTURA O BOSQUEJO?. Al dar nuestro mensaje podemos leerlo o podemos preparar un bosquejo. En particular prefiero preparar un bosquejo y tomarlo como guía, de esta manera puedo tener contacto visual con la congregación en lugar de estar leyendo con la cabeza hacia abajo.


Por medio del bosquejo siento que el Espíritu Santo nos da “en el momento preciso, lo que habéis de decir” (DyC 100:6), “pues no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros” (Mateo 10:20).


Al estar discursando sólo veo de reojo los puntos y los expreso con libertad teniendo la confianza de que el Espíritu me ayudará porque me he preparado para ello


HUMOR.  Pablo dijo: “Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno”. (Colosenses 4:6). El humor rompe el hielo con la congregación, relaja el ambiente y despierta el interés. En el diario vivir tenemos muchas experiencias graciosas que sirven para ilustrar conceptos del evangelio. Es recomendable coleccionar estas anécdotas para poder utilizarlas en nuestros mensajes.


EL TIEMPO. Hoy en día tenemos muchos discursantes como Pablo quien “alargó el discurso hasta la medianoche” (Hechos 20:7) ocasionando que “un joven llamado Eutico, que estaba sentado en la ventana, rendido de un sueño profundo, como Pablo hablaba largamente, vencido por el sueño, se cayó del tercer piso abajo y fue alzado muerto” (Hechos 20:9). El terminar a tiempo un discurso es un don que pocos poseen debido a que no preparamos nuestro mensaje.


Al recibir la asignación de discursar debemos saber de cuánto tiempo disponemos. Empecemos a preparar el mensaje en cuanto recibamos la asignación, así tendremos más tiempo para recibir ideas e inspiración. Evitemos preparar el mensaje un día antes de darlo o el mismo día que lo daremos.


Ensayemos el mensaje en un espejo, con la familia o con un amigo para asegurarnos de que los diremos dentro del tiempo que disponemos.


Se recomienda llegar temprano a los servicios y sentarse en el estrado para ahorrar tiempo.
Lo correcto es terminar el mensaje dentro del tiempo establecido, pero la mayoría de las personas nos desviamos del tema, terminamos divagando, nunca llegamos al final y aburrimos a la congregación. Hay que saber poner los frenos; frases como “en conclusión”, “por último” o “para resumir” indican que el final se aproxima.


Una virtud de los buenos oradores es que son capaces de adaptar el mensaje al tiempo que le hayan dejado los anteriores discursantes. Hay que ser capaz de alargar o acortar el mensaje, para ello hay que tener planeado que poner y que quitar. Es un reto desarrollar esta habilidad.


LOS PROFESIONALES


El Señor nos ha exhortado a “buscad palabras de sabiduría de los mejores libros” (DyC 88:118). Esta invitación la podemos aplicar a nuestros discursos.


LA VOZ.  La forma en que decimos nuestro mensaje puede tener mayor influencia que lo que decimos. Jamás se ha logrado algo extraordinario sin entusiasmo. Podemos añadir emoción a nuestro mensaje si le damos variedad a nuestro volumen (bajo, alto) y al ritmo (despacio, rápido). También hay que tomar en cuenta el tono en el que expresamos nuestro mensaje, la entonación que es la variación en el tono de la voz y la vocalización que es la pronunciación correcta de las palabras, entre otros elementos. Se recomienda leer diario practicando estos puntos.


LA PAUSA. Podemos hacer una pausa para ocultar los nervios, para eliminar las muletillas (este, verdad, ¿no?, y, etc.), para reordenar el mensaje, para volver a captar la atención de los presentes, para respirar desde el abdomen, para recapitulizar, etc.
LA PRESENCIA FÍSICA. Una presencia atractiva nos da confianza para compartir nuestro mensaje. Establezcan contacto visual, sonrían, mantengan la cabeza erguida, respiren, centrense en la parte delantera de las plantas de los pies no en los talones, las manos sueltas, los brazos y hombros relajados.


CONCLUSIÓN


Dí mi primer discurso siendo un joven de 14 años recién converso. No recuerdo el tema del discurso pero recuerdo con toda claridad el poder del Espíritu que hubo en mi. A lo largo de los años mi meta ha sido que en mis discursos pueda sentir el mismo Espíritu que tuve en mi primer discurso.  En muchas ocasiones lo he logrado, pero cuando no lo he sentido, sé que ha hablado mi “hombre natural” (Mosíah 3:19) y he terminado confundido y vacío.
Varias personas me ha dicho que les gustan mis mensajes porque hablo con “claridad” (2 Nefi 31:3), tal como Nefi de antaño, pero en mis discursos lo único que he deseado es “ que quizá sea un instrumento en las manos de Dios para conducir a algún alma al arrepentimiento” (Alma 29:9).

Sé que las pautas que hemos visto son efectivas porque la he puesto en práctica y he visto con satisfacción que nuestros hijos también las han aplicado logrando que quienes los escuchan tengan una experiencia espiritual.

viernes, 14 de abril de 2017

EL DÍA DE REPOSO




El día de reposo es el día del Señor, apartado todas las semanas para el descanso y la adoración. Su origen y propósito se remonta hasta la creación misma: “Y acabó Dios en el día séptimo la obra que había hecho, y reposó el día séptimo de toda la obra que había hecho. Y bendijo Dios el día séptimo y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había creado y hecho”. (Génesis 2:2–3).

La voz del Señor en el Sinaí recordó a su pueblo: “Acuérdate del día del reposo para santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra,  mas el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios; no harás en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni el extranjero que está dentro de tus puertas. (Éxodo 20:8:10).

La observancia del sábado como día en que se dejaba de trabajar y se rendía devoción particular llegó a ser peculiaridad nacional de los israelitas, que los distinguía de las naciones paganas; y con toda razón, porque la observancia del día santo quedó por señal del convenio entre Jehová y su pueblo: “Y tú hablarás a los hijos de Israel, diciendo: De cierto vosotros guardaréis mis días de reposo, porque es señal entre yo y vosotros por vuestras generaciones, para que sepáis que yo soy Jehová que os santifico”. (Éxodo 31:13)

En el curso de la historia israelita, los profetas amonestaron y reprendieron al pueblo por menospreciar o profanar el sábado. El siguiente es un ejemplo muy claro de ello:

“En aquellos días vi en Judá a algunos que pisaban en lagares en el día de reposo, y que acarreaban gavillas, y que cargaban sobre asnos vino, y ta
mbién uvas, e higos y toda clase de carga; y los traían a Jerusalén en el día de reposo; y los amonesté acerca del día en que vendían las provisiones. También estaban en ella tirios que traían pescado y toda mercadería, y vendían en día de reposo a los hijos de Judá en Jerusalén.


Y contendí con los nobles de Judá y les dije: ¿Qué mala cosa es ésta que vosotros hacéis, profanando así el día de reposo? ¿No hicieron así vuestros padres, y trajo nuestro Dios todo este mal sobre nosotros y sobre esta ciudad? Y vosotros añadís ira sobre Israel profanando el día de reposo.

Y sucedió que, cuando iba oscureciendo a las puertas de Jerusalén, antes del día de reposo, mandé que se cerrasen las puertas y ordené que no las abriesen hasta después del día de reposo; y puse a las puertas algunos de mis criados, para que en día de reposo no entrase ninguna carga.

Y se quedaron fuera de Jerusalén una o dos veces los negociantes y los que vendían toda especie de mercancía. Y los amonesté y les dije: ¿Por qué pasáis la noche delante del muro? Si lo hacéis otra vez, os echaré mano. Desde entonces no vinieron en día de reposo. Y dije a los levitas que se purificasen y fuesen a guardar las puertas, para santificar el día de reposo. También por esto acuérdate de mí, oh Dios mío, y ten piedad de mí según la abundancia de tu misericordia”. (Nehemías 13:15-22).

El Nuevo Testamento está repleto de referencias sobre el día de reposo, pero para entonces los judíos habían perdido de vista su propósito original transformándolo en una serie reglamentos inflexibles que el Señor denunció vigorosamente cuando lo acusaban de hacer obras buenas en sábado: “Y aconteció que, pasando Jesús por los sembrados en un día de reposo, el segundo después del primero, sus discípulos arrancaban espigas y, restregándolas con las manos, las comían.  Y algunos de los fariseos les dijeron: ¿Por qué hacéis lo que no es lícito hacer en los días de reposo?  Y respondiendo Jesús, les dijo: ¿Ni aun esto habéis leído, lo que hizo David cuando él y los que con él estaban tuvieron hambre; cómo entró en la casa de Dios y tomó los panes de la proposición, los cuales no es lícito comer, sino sólo a los sacerdotes, y comió, y dio también a los que estaban con él?  Y les decía: El Hijo del Hombre es Señor aun del día de reposo.

Y aconteció también en otro día de reposo que él entró en la sinagoga y enseñaba; y había allí un hombre que tenía seca la mano derecha.  Y le acechaban los escribas y los fariseos para ver si sanaría en el día de reposo, a fin de hallar de qué acusarle.  Pero él, que conocía los pensamientos de ellos, dijo al hombre que tenía la mano seca: Levántate y ponte en medio. Y él, levantándose, se puso de pie. Entonces Jesús les dijo: Os preguntaré una cosa: ¿Es lícito en los días de reposo hacer bien o hacer mal? ¿Salvar la vida o quitarla?  Y, mirándolos a todos alrededor, dijo al hombre: Extiende tu mano. Y él lo hizo así, y su mano fue restaurada. Y ellos se llenaron de ira y hablaban entre sí qué podrían hacer contra Jesús”. (Lucas 6:1-11).

Cristo no vino para destruir la ley de Moisés, sino para cumplirla; y por medio de él, el evangelio reemplazó la ley. El Salvador se levantó de la tumba el primer día de la semana y el domingo llegó a ser el día del Señor, sustituyendo el día sábado. Veamos algunas Escrituras que nos muestran este cambio:

Jesucristo resucitó el domingo: “Y el primer día de la semana, María Magdalena fue de mañana al sepulcro, siendo aún oscuro; y vio quitada la piedra del sepulcro”. (Juan 20:1)

Los discípulos se congregaron el domingo: “Y al atardecer de aquel día, el primero de la semana, y estando las puertas cerradas donde los discípulos estaban reunidos por miedo a los judíos, vino Jesús, y se puso en medio y les dijo: ¡Paz a vosotros!”. (Juan 20:19)
Los discípulos se congregaron otra vez en domingo: “Y ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y dijo: ¡Paz a vosotros!”. (Juan 20:26).

En el día de Pentecostés, una fiesta que se realizaba el primer día de la semana (Levítico 23:15-16), estaban los santos reunidos: “Y cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos juntos en un lugar”. (Hechos 2:1).

Los discípulos se congregaron el domingo para partir el pan: “Y el primer día de la semana, reunidos los discípulos para partir el pan, Pablo les enseñaba, habiendo de partir al día siguiente; y alargó el discurso hasta la medianoche”. (Hechos 20:7)

La colecta para los santos fue hecha el domingo: “En cuanto a la ofrenda para los santos, haced vosotros también de la manera que ordené en las iglesias de Galacia. Cada primer día de la semana cada uno de vosotros ponga aparte en su casa, guardando lo que por la bondad de Dios pueda, para que cuando yo llegue, no se recojan entonces ofrendas. (1 Corintios 16:1-2).

Así vemos que los santos de la Iglesia primitiva entendieron el significado de este cambio en el día de adoración y continuaron congregándose el primer día de la semana. Juan confirma que seguían guardando este mandamiento cuando dice: “Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta,”. (Apocalipsis 1:10).

En la actualidad guardamos el domingo como día de reposo porque el Señor lo ha mandado como parte de la restauración del evangelio. José Smith recibió la siguiente revelación el domingo 7 de agosto de 1831: “Y para que más íntegramente te conserves sin mancha del mundo, irás a la casa de oración y ofrecerás tus sacramentos en mi día santo; porque, en verdad, éste es un día que se te ha señalado para descansar de tus obras y rendir tus devociones al Altísimo; sin embargo, tus votos se ofrecerán en rectitud todos los días y a todo tiempo; pero recuerda que en éste, el día del Señor, ofrecerás tus ofrendas y tus sacramentos al Altísimo, confesando tus pecados a tus hermanos, y ante el Señor.

Y en este día no harás ninguna otra cosa sino preparar tus alimentos con sencillez de corazón, a fin de que tus ayunos sean perfectos, o en otras palabras, que tu gozo sea cabal. De cierto, esto es ayunar y orar, o en otras palabras, regocijarse y orar.

Y si hacéis estas cosas con acción de gracias, con corazones y semblantes alegres, no con mucha risa, porque esto es pecado, sino con corazones felices y semblantes alegres, de cierto os digo, que si hacéis esto, la abundancia de la tierra será vuestra, las bestias del campo y las aves del cielo, y lo que trepa a los árboles y anda sobre la tierra; sí, y la hierba y las cosas buenas que produce la tierra, ya sea para alimento, o vestidura, o casas, alfolíes, huertos, jardines o viñas; sí, todas las cosas que de la tierra salen, en su sazón, son hechas para el beneficio y el uso del hombre, tanto para agradar la vista como para alegrar el corazón;  sí, para ser alimento y vestidura, para gustar y oler, para vigorizar el cuerpo y animar el alma. (D y C 59:9-19).

Esta revelación confirma la práctica de la iglesia primitiva de reunirse el primer día de la semana para guardar el día de reposo, además nos da algunas pautas de cómo obedecer este mandamiento. El  profeta Isaías también nos enseñó cómo hacerlo: “Si retraes del día de reposo tu pie, de hacer tu voluntad en mi día santo, y lo llamas delicia, santo, glorioso de Jehová, y lo veneras, no andando en tus propios caminos, ni buscando tu propia voluntad ni hablando tus propias palabras, entonces te deleitarás en Jehová; y yo te haré cabalgar sobre las alturas de la tierra y te daré a comer la heredad de Jacob, tu padre, porque la boca de Jehová lo ha hablado. (Isaías 58:13-14).

De conformidad con estas escrituras vemos que el Señor nos manda que lo adoremos a él, nos conservemos sin mancha del mundo, vayamos a la casa de oración a participar de los sacramentos y descansar de nuestro trabajo. Para ilustrar cómo guardamos el día de reposo veamos algunas experiencias de mi vida.

Desde que nací hasta los 12 años viví dentro de un Club de golf, donde mi papá trabajaba y el Club le prestaba una casa. Desde los 8 años trabaje de caddie, los domingos caddiaba temprano en la mañana y después de trabajar pasaba horas jugando golf, tenis, futbol y beisbol, entre otras actividades que se podían hacer en el Club.  Cuando nos mudamos a un fraccionamiento cercano al Club, continuaba con ese estilo de vida.

Cuando me bauticé en la Iglesia a los 15 años, mi vida cambio. Deje de caddiar y jugar golf los domingos. Por supuesto que esto no le agradaba a mi papá pero para mi era más importante obedecer los mandamientos. Mi papá quería que participara en los torneos de golf que se juegan  sábados y domingos, pero yo los evitaba. Confieso que en ocasiones si jugué porque mi padre me lo exigía, pero lo hacía para glorificar a nuestro Padre Celestial, mostrando mi amor y respeto a mi padre y  mostrando a las personas como el evangelio nos ayuda en los diferentes aspectos de nuestra vida.
En mi época de estudiante fui un fiel cumplidor del día de reposo, aún en los exámenes más difíciles no estudiaba los domingos, prefería dormirme temprano y levantarme el lunes en la madrugada a estudiar. Tenía una firme convicción de que sería bendecido en los exámenes si lo hacía de esta manera y mis calificaciones son una prueba de ello. Han pasado los años y no he logrado encontrar alguna declaración de un líder de la Iglesia respecto a si podemos estudiar o no los domingos, pero cuando lo hice fue por fe y obediencia.

Creo que las únicas veces que mi familia no ha asistido a la Iglesia fue cuando nació Betsy nuestra hija menor y cuando hubo una epidemia de influenza en México en el año 2009.

Desde el año 2002 he trabajado como profesional de golf. En estos años me ha sido difícil guardar completamente el día de reposo. En los diferentes Clubes que he trabajado he solicitado facilidades para asistir a la iglesia y he tenido logros como ir a la capilla y regresar al trabajo o un domingo trabajo y otro domingo descanso. En los últimos 5 clubes que he trabajo he puesto como parte de las condiciones de mi contratación el no trabajar en domingo, salvo en los torneos importantes del Club. Somos contados los profesionales de golf que tenemos este privilegio, para mi una bendición.

En preparación para el día de reposo, los sábados hacemos lo siguiente para no hacerlo en domingo: preparamos la ropa, hacemos las compras, preparamos la comida (en la medida de lo posible), limpiamos la casa y ponemos gasolina al carro. La idea es centrarnos en adorar y servir a Dios el día domingo.

La lista de qué se puede y qué no se puede hacer el día de reposo, sería muy larga. Con los años he aprendido que más que listas rígidas, el Espíritu es quien nos indica que es lo correcto y nosotros lo podemos distinguir claramente. Desafortunadamente la mayoría de las personas “buscan su propia voluntad”, “hablan sus propias palabras” y “no consideran la obra de Jehová ni miran la obra de sus manos” (Isaías 5:12) o como el Señor reveló “todo hombre anda por su propio camino, y en pos de la imagen de su propio dios”. (DyC 1:16).

El día de reposo es una “delicia” tal como lo declaró Isaías, porque podemos estar con la familia, adorar a Dios, participar de los sacramentos, servir a otros, descansar, salir de la rutina laboral, renovar nuestras energías, entre muchas otras bendiciones.
Mis hijos son los primeros en decir cuando alguien hace algo que vaya en contra del día de reposo. Este me da una gran satisfacción y me recuerda la escritura que dice: “Instruye al niño en su camino; y aun cuando fuere viejo, no se apartará de él” (Proverbios 22:6).  Testifico que el Señor cumple con esta promesa.


martes, 11 de abril de 2017

EL SWAY

El sway es uno de los errores técnicos más comunes en los golfistas amateurs. Entenderlo es relativamente fácil, corregirlo requiere disciplina en la ejecución de ejercicios en el gimnasio y en la práctica, por ello pocos son los que logran superarlo.

El sway es el excesivo movimiento lateral de la parte baja del cuerpo hacia la derecha en el backswing. El sway restringe el uso de las caderas, muslos y glúteos que son grandes músculos y tremenda fuente de poder. El sway dificulta la transferencia del peso durante la transición y en el downswing debido al retraso en la capacidad de reacción de la parte baja del cuerpo.

Las consecuencias son múltiples entre las más comunes son: una secuencia incorrecta en el downswing; el punto más bajo del arco de la cabeza del bastón se alcanza antes de la bola de manera que si toca suelo ocasiona un sapo y sino una topeada ya que golpea la bola cuando empieza a subir; también es la antesala del over the top, el early release, el chicken wing y el hanging back.
Para un profesor la forma más fácil de diagnosticar el sway es colocarse frente al jugador sosteniendo un bastón como cuando se ve la caída usando la plomada. El bastón estará vertical en línea con el extremo derecho de la cadera y pierna derecha del jugador. Si estas se mueven hacia la derecha en lo alto del backswing el jugador tiene sway. Otra forma es usando video. En la colocación del jugador se dibuja una línea en el extremo de la pierna derecha hasta la cadera. Se recorre el video hasta lo alto del backswing y se observa si hay sway.  

Si el jugador ha entendido la técnica correcta y no tiene una lesión en la cadera, rodilla o tobillo derecho, entonces la raíz del problema son las siguientes limitaciones físicas: deficiente rotación interna de la cadera derecha por restricciones musculares o de articulaciones, reducida movilidad de la columna vertebral y debilidad e inestabilidad de los glúteos.

Girar las caderas en forma correcta y mantener la flexión de la rodilla derecha en lo alto del backswing son 2 importantes habilidades técnicas para evitar el sway y generar torsión. En esta ocasión aprenderemos cómo girar las caderas.

Gira el bolsillo del pantalón. En tu colocación toma con tu mano derecha el bolsillo derecho de enfrente de tu pantalón, gira tu cadera derecha de manera que este bolsillo pase a ocupar el lugar donde inicialmente estaba el bolsillo derecho de atrás del pantalón.

Balón en el pecho. En tu colocación sostén un balón en tu pecho. Gira tus hombros, enseguida gira la cadera derecha correctamente. Siente la torsión por unos segundos.


Retroalimentación de un estímulo. Toma tu colocación junto a un estímulo que puede ser una silla o una varilla en tu cadera derecha. Haz tu backswing girando la cadera derecha sin desplazar el estímulo.

La sombra. Toma tu colocación de forma que el sol de directamente en tu espalda. Coloca algún objeto, en este caso es una bola de golf, en el extremo de la sombra de tu cadera derecha. Haz tu backswing sin que tu sombra cubra la bola.

El disco. Toma tu colocación sosteniendo algún objeto, en este caso un balón, en la forma en que lo hacen los lanzadores de disco, gira tu torso y caderas. Observa en internet videos de cómo se enroscan los lanzadores de disco y aumentará tu entendimiento sobre el swing de golf.

Si estás decidido a vencer el soñado sway, elegí unos de estos ejercicios y hazlo frecuentemente. Tu cuerpo gradualmente obtendrá la habilidad de hacerlo en forma natural.
Para reforzar este tema también puedes ver mi siguiente video:

Mateo Melgar Ochoa

Por favor suscríbete a mi canal:
www.youtube.com/jugargolf

Por favor conoce mis publicaciones anteriores y comparte mis publicaciones. Gracias.

domingo, 9 de abril de 2017

LOS JUEGOS DE AZAR


Durante mi niñez y juventud estuve expuesto a los juegos de azar. Los caddies jugaban a la baraja, los golfistas jugaban al cubilete y al domino, y ambos apostaban cuando jugaban golf. A la baraja y al cubilete nunca les entendí, el domino lo jugué sólo algunas veces y el golf si lo jugué de apuesta.
Lo que entonces vi fueron juegos de niños comparados con la nueva oferta de juegos de azar: póquer, apuestas de caballos, galgos y de deportes, ruleta, tragamonedas, loterías quinielas, etc. Los cuales se juegan en bares, tabernas, casinos, ferias, casas y por internet a cualquier hora y lugar.
Desde los inicios de la Iglesia, los juegos de azar fueron censurados. Ya en 1842, José Smith describió de esta manera las condiciones de los santos que vivían en Misuri: “Hicimos grandes compras de tierras, nuestras fincas producían en abundancia y gozábamos de paz y felicidad en nuestros hogares y vecindario, pero al no participar con nuestros vecinos… en sus diversiones nocturnas, en sus actividades que profanaban el día de reposo, en las carreras de caballos y los juegos de azar, empezaron por burlarse de nosotros, después nos persiguieron y finalmente organizaron populachos para incendiar nuestras casas, para cubrir con alquitrán y plumas y azotar a muchos de nuestros hermanos y finalmente, actuando contra la ley, la justicia y lo humano, expulsarlos de sus propiedades” (en James R. Clark, comp., Messages of the First Presidency of The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, 6 tomos, 1965–1975, tomo I, pág. 139).
El presidente Joseph F. Smith declaró: “La Iglesia no sólo desaprueba los juegos de azar, sino que enérgicamente los condena como moralmente erróneos y clasifica como tales a todos los tipos de apuestas y loterías, rechazando toda participación que los miembros de la Iglesia puedan tener en dichas prácticas” (“Editor’s Table” Improvement Era, agosto de 1908, pág. 807).
El presidente Spencer W. Kimball dijo: “Desde el principio se nos ha aconsejado en contra de los juegos de azar de todo tipo. Ya sea que la persona gane o pierda, igual sufre deterioro y daño por obtener algo a cambio de nada, sin haber hecho esfuerzo alguno, recibiendo algo sin pagar su precio completo” (en Conference Report, abril de 1975, pág. 6; o Ensign, mayo de 1975, pág. 6).
En 1987, el élder Dallin H. Oaks, dio un magnífico discurso sobre este tema en lo que era el Colegio Universitario Ricks, en Idaho. Lo tituló: “Los juegos de azar: Moralmente erróneos y políticamente imprudentes” (véase Ensign, junio de 1987, págs. 69–75).
Lo que un principio parece un pasatiempo inocente llega a ser una conducta adictiva, que resulta muy difícil abandonar y conduce a otros malos hábitos y prácticas destructivas. Los que participan de los juegos de azar poco a poco quedan atrapados en este vicio. Primero gastan el dinero destinado al entretenimiento personal y familiar, enseguida consumen el dinero que deberían usar para satisfacer las necesidades de la familia: alimentación, educación, salud, etc. Después piden dinero prestado a familiares y amigos para continuar en el juego. Ya en la desesperación recurren al robo para pagar las deudas contraídas y para continuar en este camino. Los “jugadores” de esta manera pierden el honor, la reputación y el respeto propio y de su familia y amigos.  
Los juegos de azar motivan el deseo de conseguir algo a cambio de nada, promueven la actitud de tomar algo de otra persona con el fin de mejorar nuestra posición. Los juegos de azar promueven la avaricia, la codicia, el egoísmo, etc. conductas contrarias a la voluntad de Dios para sus hijos.
La filosofía de los juegos de azar de algo por nada o por mucho menos de lo que vale, es la raíz de una multitud de crímenes como el robo, el secuestro, la estafa, el chantaje, el narcotráfico, el fraude, etc. los cuales causan mucho daño en la sociedad.
Los juegos de azar nos alejan de las virtudes del trabajo, el ahorro, el servicio, el amor, etc. Son lo opuesto a los principios enseñados por Jesucristo en el sermón del monte (Regla de oro) y la parábola del buen samaritano, y a la ley de la cosecha enseñada por Pablo.
El mensaje de los juegos de azar es  “para mejorar lo que tienes que hacer es jugar”, cuando el mensaje correcto es que “para progresar hay que estudiar y trabajar”. Imaginemos una sociedad donde sus miembros se la viven en los juegos de azar. Algunas consecuencias que me ha tocado ver es que las personas adictas tienen sus rostros demacrados, disminuyen su productividad, tiene menos tiempo para la familia, en conclusión “malgastan los días de su probación”. (2 Nefi 9:27).
El Señor nos ha dado mandamientos sobre cómo ocupar nuestro tiempo, por ejemplo:
“Estudiar y aprender, y familiarizaros con todos los libros buenos, y con los idiomas, lenguas y pueblos”. (DyC 90:15).
“Enseñaos el uno al otro palabras de sabiduría; sí, buscad palabras de sabiduría de los mejores libros”. (DyC88:118).
“Trabajen con su propias manos a fin de que no se practiquen la idolatría ni la maldad”. (DyC 52:39).
“Y recordad en todas las cosas a los pobres y a los necesitados, a los enfermos y a los afligidos”. (DyC 52:40).
“Irás a la casa de oración y ofrecerás tus sacramentos en mi día santo”. (DyC 59:9).
“Acostaos temprano para que no os fatiguéis; levantaos temprano para que vuestros cuerpos y vuestras mentes sean vigorizados”. (DyC 88:124).
“Cuidemos de nuestro cuerpo y de nuestra mente al guardar los principios que están en la Palabra de Sabiduría, un plan dado por los cielos”. (Thomas S. Monson).
“Poner en orden a su familia, y procurar que sean más diligentes y atentos en el hogar”. (DyC 93:50).
“Dedicaréis vuestro tiempo al estudio de las Escrituras”. (DyC 26:1).
“Lo que será de mayor valor para ti será declarar el arrepentimiento a este pueblo”. (DyC 15:6).
“Si te sientes alegre, alaba al Señor con cantos, con música, con baile y con oración de alabanza y acción de gracias”. (DyC 136:28).
Disfruto el jugar golf con los amigos, pero no lo juego con el afán de ganarles dinero. Juego el golf como deporte y muy ocasionalmente lo juego de apuesta sólo para ponerle un incentivo al juego, pero en realidad prefiero dedicar mis días a aquello que tiene más valor como mi familia, el trabajo, la Iglesia, leer, escribir, estudiar y servir a los demás.