domingo, 26 de marzo de 2017

EL AYUNO


La ley del ayuno siempre ha existido entre los verdaderos creyentes del pueblo de Dios, su práctica es quizás tan antigua como la familia humana. La primera parte del Antiguo Testamento no menciona el ayuno, debido a la escasez del registro no por la ausencia de la práctica. En las partes posteriores hay frecuentes referencias siendo la primera: “Entonces subieron todos los hijos de Israel y todo el pueblo, y fueron a la casa de Dios; y lloraron, y se sentaron allí delante de Jehová, y ayunaron aquel día hasta el atardecer; y ofrecieron holocaustos y ofrendas de paz delante de Jehová”. (Jueces 20:26).
Ayunar era una costumbre regular entre los judíos cuando Jesucristo inició su ministerio: “Entonces ellos le dijeron: ¿Por qué los discípulos de Juan ayunan muchas veces y hacen oraciones, y asimismo los de los fariseos, pero tus discípulos comen y beben?”. (Lucas 5:33). “El fariseo, de pie, oraba para sí de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres: ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano”. (Lucas 18:11-12).
Jesucristo enseñó el valor del ayuno: “Y Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y fue llevado por el Espíritu al desierto por cuarenta días, y era tentado por el diablo. Y no comió nada en aquellos días; y pasados éstos, tuvo hambre”. (Lucas 4:1-2). “Y cuando ayunéis, no pongáis un semblante como los hipócritas, porque ellos demudan sus rostros para mostrar a los hombres que ayunan; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Mas tú, cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu rostro, para no mostrar a los hombres que ayunas, sino a tu Padre que está en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará en público”. (Mateo 6:16–18).
El ayuno fue una práctica común en la Iglesia establecida por Jesucristo: “Ministrando, pues, éstos al Señor y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado. Entonces, habiendo ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron. (Hechos 13:2-3). “No os neguéis el uno al otro, a no ser por algún tiempo de mutuo consentimiento, para ocuparos en el ayuno y la oración; y volved a juntaros en uno, para que no os tiente Satanás a causa de vuestra falta de dominio propio”. (1 Corintios 7:5)
En las revelaciones de los últimos días el Señor ha confirmado la práctica de este antiguo principio.
“De cierto, esto es ayunar y orar, o en otras palabras, regocijarse y orar. (D y C 59:14). “También os doy el mandamiento de perseverar en la oración y el ayuno desde ahora en adelante”. (D y C 88:76).
Ayunar significa abstenerse voluntariamente de ingerir alimentos y bebidas durante cierto tiempo.
En la actualidad los miembros de la Iglesia ayunamos el primer domingo de cada mes. Se nos enseña que hay tres aspectos en la observancia de un ayuno apropiado: primero, abstenernos de alimentos y bebidas por dos comidas consecutivas o, en otras palabras, por veinticuatro horas; segundo, asistir a la reunión de ayuno y testimonios; y tercero, dar una ofrenda de ayuno generosa para el cuidado de los necesitados.
En nuestra familia iniciamos los ayunos en la comida del sábado y los terminamos en la comida del domingo. De esta forma, ayunamos durante dos comidas: la cena del sábado y el desayuno del domingo. Aunque no hay una norma de la Iglesia para efectuar el ayuno, excepto que tiene que ser por 24 horas y abarcar dos comidas.
En las Escrituras observamos que el ayuno suele ir unido de la oración.  El ayunar sin orar es solamente pasar hambre durante 24 horas; pero el ayuno combinado con la oración aumenta el poder espiritual. Cuando los discípulos no pudieron sanar a un muchacho que estaba poseído por un espíritu malo, le preguntaron al Salvador: “¿Por qué nosotros no pudimos echarlo fuera?” Jesús les dijo: “…este género no sale sino con oración y ayuno” (Mateo 17:19, 21).
Iniciamos y terminamos el ayuno con una oración, nos dirigimos a nuestro Padre Celestial para agradecer y pedir lo relacionado con el objetivo de nuestro ayuno. Ayunar con un objetivo especial tiene mucho más significado porque enfocamos nuestra atención en él, en vez de concentrarnos en el hambre que tenemos. No es fácil aguantar un día de ayuno especialmente en mi tierra Culiacán, Sinaloa donde el calor hace que pierdas líquidos muy rápido.
Podemos ayunar por diferentes objetivos. He ayunado para vencer mis debilidades, para pedir que llueva cuando hubo sequía en Sinaloa, por mis hijos, por obediencia al mandamiento, para encontrar trabajo, por la salud y bienestar de mi familia, para que una persona acepte el evangelio, para ayudar en la hambruna de Etiopía en 1985 y por las víctimas del maremoto ocurrido en el sudeste de Asia en 2005.
Mediante el ayuno he aprendido el autodominio, he superado debilidades, me he vuelto menos orgulloso y egoísta, he recibido respuesta a mis oraciones, he recibido revelación, he contribuido a satisfacer las necesidades de mi prójimo. En resumen el ayuno me ha acercado más a Dios y me ha permitido mostrar mi amor al prójimo.
Los objetivos y beneficios espirituales del ayuno se describen en todas las Escrituras, pero más significativamente en el Libro de Mormón. Veamos:
El ayuno es una manera de adorar a Dios y de expresarle gratitud (Lucas 2:37; Alma 45:1).
El ayuno es parte de perseverar hasta el fin para ser salvos (Omni 1:26).
El ayuno puede acompañar al pesar y al llanto sinceros (véase Alma 28:4–6; 30:1–2).
El ayuno nos hace humildes y firmes en la fe de Cristo (Helamán 3:35).
El ayuno proporciona guías para dar a conocer el Evangelio y magnificar los llamamientos en la Iglesia (Hechos 13:2–3; Alma 17:3, 9; 3 Nefi 27:1–2).
Por medio del ayuno pedimos a nuestro Padre Celestial que bendiga a los enfermos y a los afligidos (Mateo 17-14- 21).
El ayuno puede ayudarte a ti y a tus seres queridos a recibir revelación personal y a convertirse a la verdad (Alma 5:46; 6:6);
Isaías declaró en un hermoso y poético lenguaje el verdadero espíritu del ayuno y las maravillosas bendiciones que el Señor promete a aquellos que lo obedecen: “¿No es más bien el ayuno que yo escogí: desatar las ligaduras de la maldad, soltar las cargas de opresión, y dejar libres a los quebrantados y romper todo yugo? . ¿No consiste en que compartas tu pan con el hambriento y a los pobres errantes alojes en tu casa; en que cuando veas al desnudo, lo cubras y no te escondas del que es tu propia carne?.
Entonces nacerá tu luz como el alba, y tu salud se manifestará pronto; e irá tu rectitud delante de ti, y la gloria de Jehová será tu retaguardia. Entonces invocarás, y te responderá Jehová; clamarás, y dirá él: Heme aquí. Si quitas de en medio de ti el yugo, el señalar con el dedo y el hablar vanidad;
y si extiendes tu alma al hambriento y sacias al alma afligida, en las tinieblas nacerá tu luz, y tu oscuridad será como el mediodía; y Jehová te guiará siempre, y en las sequías saciará tu alma y dará vigor a tus huesos; y serás como huerto de riego y como manantial cuyas aguas nunca faltan”. (Isaías 58:6-11). Sé que estas promesas son verdaderas.


Este es un segmento de uno de los libros que estoy escribiendo.


Mateo Melgar Ochoa


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