lunes, 24 de julio de 2017

EL SEMINARIO UNA BENDICIÓN



Escrito por mi hermana María Cristina Melgar Ochoa. Publicado en la revista Liahona de septiembre de 1990.

Hace aproximadamente 4 años, tomé la firme decisión de aceptar el bautismo en la Iglesia Mormona. Fue algo realmente difícil, ya que un año antes de esto uno de mis hermanos menores se había bautizado sin el consentimiento de mi padre y esto lo molesto bastante, pero mi hermano tuvo que hacerlo así, debido a su negativa.

Cuando mi papá se enteró de lo que mi hermano había hecho se negó a seguir recibiendo a los misioneros,  y así pasó un año sin que estos vinieran a mi casa. Un día estando mi hermana en casa llegaron unos misioneros buscando a mi hermano y platicando con ella la comprometieron a escucharlos y ella me invitó a hacerlo también. Cuando mi papá se enteró de esto se enojó bastante y nos dijo a mi hermana y a mí que no quería más mormones en casa y que si nosotras los queríamos recibir lo aceptaba, pero sólo como amigos, porque si nosotras nos bautizábamos nos correría de la casa.

El día que tomamos la decisión de bautizarnos fue un día de gran conflicto interno; por un lado recibíamos el testimonio de los misioneros de que todo lo que enseñaban era verdad y por otro lado la sentencia dictada por mi padre. El día 30 de abril de 1986 en una forma secreta a la vista de los hombres y contra la voluntad de mi padre fuimos bautizadas; él no se negaba a que fuéramos a la capilla, sólo se negaba a que recibiéramos “otro bautismo”; y empezamos a asistir todos los domingos.

Tenía solamente 2 meses de miembro y mucha dificultad para estudiar las escrituras libremente en casa, cuando el Obispo me llamó a ser maestra de seminario  ¡qué bien! Fue un gran gozo para mi, era mi primer llamamiento, podría servir a Dios enseñando a los jóvenes pero….¡habría problemas! Yo no tenía mucho conocimiento, ni mucha libertad para adquirirlo y para salir cada sábado (ya que entonces era el Curso Individual Supervisado) a impartir clase; pero esto no importo, acepté el llamamiento feliz.

El Señor siempre me bendijo para que pudiera cumplir con las clases y sábado tras sábado allí estaba frente al grupo, conociendo y empezando a querer a mis jóvenes. Pero un domingo el Obispo me llamó a su oficina; al entrar me percate de la presencia del coordinador de SEI y uno de los maestros de instituto los cuales empezaron a decirme el motivo de su visita: llevar a cabo el seminario matutino, ¡qué difícil! Tendría que salir todos los días de mi casa a las 5 am y sin que mis papás se dieran cuenta ya que ellos ignoraban que era miembro y sobre todo lo que yo salía a hacer cada sábado por la tarde.

Pero ese no era el único problema que tendría que enfrentar si aceptaba continuar como maestra del grupo; estaba en el primer año de mi carrera profesional y llevaba mis clases de 6 am a 1 pm mi primer clase era probabilidad y estadística, una materia que me resultaba un poco difícil de comprender sin la ayuda del maestro, y para poder acreditar la materia se requería del 80 % de asistencia, fue el único maestro en ese año que tomaba en cuenta la asistencia.

¿Qué hacer? Si me negaba se justificaba mi negativa, pero si aceptaba, ¿qué haría? ¿cómo saldría de la casa? ¿cómo llegaría a clase si la mía terminaba a las 6:30 am? El coordinador me habló de las bendiciones que se obtienen al cumplir con el Señor y me dio un plazo para pensarlo; pero en ese momento recordé una escritura que en mi poco tiempo de miembro bien había aprendido y que ahora estaba grabada en mi corazón, en mi mente y en mi diario vivir….   Iré y haré lo que el Señor me ha mandado porque nunca da mandamientos a los hijos de los hombres sin preparar el camino… como respuesta le di esta escritura al coordinador y confié todo al Señor.

Empezamos las clases y como en todas las cosas el triunfo no se obtiene al inicio, fue algo difícil mantener despiertos a los jóvenes a las 4:30 de la mañana; ya que debido a mi materia todos estuvimos de acuerdo en que se iniciara a esa hora.

Un día decidí hablar con mi maestro para pedirle que me permitiera estar ausente de su clase y le expuse el motivo, a lo cual él se sorprendió pero finalmente aceptó y fue entonces que pudimos tener nuestro horario de 5:30 am a 6:30 am, pero no fueron los únicos problemas, se nos presentó un problema más; mi madre, quien es católica renovada, por lo cual ella estaba en total desacuerdo con nuestra decisión de escuchar a los mormones, y nunca aceptaría que mi hermano y yo saliéramos de la casa sin que ella lo supiera ya que se levantaba todas las mañanas a preparar nuestro desayuno. 

Tuve que tomar otra decisión que resolvería ese problema, así que le dije a mi madre que ya no se molestara en levantarse tan temprano ya que yo bien podría hacer el desayuno para mis hermanos y para mí, lo cual significaba levantarme más temprano aún. Todos los días mi hermano y yo salimos de puntitas de casa a las 5 am para no ser descubiertos, fueron días sumamente difíciles ya que hubo días que sólo tuve a mi hermano como alumno, nadie iba pero tenía que seguir adelante a lo cual el Señor nos bendijo aumentando nuestra asistencia a 6 jóvenes.

Al llegar el fin de semestre escolar pude darme cuenta de que era verdad, el Señor nos bendice cuando hacemos lo que nos manda, ya que al recibir las calificaciones pude darme cuenta que el mío era un muy buen promedio y sobre todo cuando supe que mi calificación en probabilidad y estadística era la mejor a pesar de no haber asistido a clases.

Me sentí bien de saber que ya no tendría que entrar a las 6 am el siguiente semestre, pero un nuevo problema se veía venir, tendría un mes de vacaciones en la escuela, ¿y ahora que pretexto pondría para salir a ese horario? Así que tuve que tomar otra decisión a partir del primer día de vacaciones, empezaría a hacer ejercicios físicos, ¡eso es! Sería un magnifico pretexto, saldría a correr todas las mañanas, el correr era uno de los deportes que más odiaba siempre que me invitaban a hacerlo (ya que soy un poco gruesa), les contestaba que no porque tenía corre-fobia; pero ahora tenía que hacerlo y fue algo especial ya que pude salir a dar clases, bajé esos kilitos de más y mi papá hombre 100% deportista al igual que mis hermanos se sintió complacido con mi nueva afición. Finalmente terminamos nuestro primer curso del cual tuve 2 graduados por edad uno de ellos era mi hermano.

Cuando estaba a punto de iniciarse el siguiente curso el obispo me llamó nuevamente a su oficina y me pidió que continuara siendo la maestra de seminario; y por un momento llegaron a mi mente los recuerdos de las dificultades que tuve que pasar, y por otro lado las bendiciones obtenidas y el amor puro y tierno de mis alumnos; lo pensé bastante y finalmente acepté. Sólo que había otra prueba, el lugar donde impartiríamos la clase es una zona muy peligrosa; recuerdo que mi padre decía que él no entraba en esa colonia por nada del mundo.

¿Cómo iba a andar yo sola por esas calles? Eso representaba un gran peligro para mí ya que aún los misioneros temían al llegar la oscuridad. Mi hermano ya no podría ir conmigo ya que tenía que salir a una misión; y de aquí se derivó otro problema, cuando se iniciaron las clases y mi padre vio que mi hermano no se inscribió a la escuela se enojó y le preguntó el motivo, a lo cual el tuvo que decirle que saldría a servir al Señor en una misión; discutieron por largo rato y entre la discusión mi padre comprometió a mi hermano para que le dijera si mi hermana y yo éramos miembros de la Iglesia, diciéndoles que si era mormón no debía mentir y mi hermano tuvo que aceptarlo.

Cuando llegué a casa temía lo peor, le habíamos desobedecido a pesar de su amenaza y eso le dolió mucho y por poco cumple su sentencia, pero su gran amor por nosotros evitó que hiciera esto y a pesar de todo el dolor que le causó, consintió que mi hermano saliera a la misión y que nosotros continuáramos en casa. Pero nos dijo que si otro más de mis hermanos se bautizaba nos mataba a todos.

Los primeros días de seminario mi hermano me acompaño mientras llegaba su llamamiento, pero él se tenía que ir y entonces… ¿Yo que haría? Un día decidí comentar esto con otro de mis hermanos más pequeños y le pedí que me acompañara a las clases de seminario para no ir yo sola a lo que él aceptó. Y así empezó a escuchar el evangelio, en ese año estudiábamos el Libro de Mormón.

El llamamiento de mi hermano tardó en llegar pero ahora mi hermanito me acompañaba y así poco a poco fue adquiriendo su propio testimonio, hasta que un día uno de mis alumnos me comento que la siguiente semana se bautizaría mi hermanito, que tenía días escuchando las pláticas con los misioneros y que mi hermano le bautizaría. Fue un gran gozo para mí, mezclado con un cierto temor.

El Señor continuó bendiciéndonos en todo el curso. Ya mi grupo era más grande tenía 8 alumnos constantes y con un testimonio muy grande en cuanto a cumplir con el Señor y las bendiciones por los sacrificios.

Pudimos terminar ese curso exactamente el día que mi hermano salió a la misión logrando ese año 2 graduados más. Durante el periodo de vacaciones cuán grande fue mi sorpresa al enterarme que el más pequeño de mis hermanos su bautizaba ¡qué gran alegría! Pero que temor, el día que mi padre lo sepa no sé qué va a pasar aquí.

Al inicio del curso de seminario ya íbamos los 3 a la clase y aún seguíamos saliendo a escondidas, y pasando por las mismas dificultades del primer año pero ya no les temía porque sabía cómo enfrentarlos. Pero ese año pasó algo que en 2 años anteriores no había pasado.

Yendo a la clase uno de mis hermanos no se despertó y el otro tenía que pasar por una de las jóvenes, entonces tuve que caminar un gran tramo de la calle yo sola y en el camino me salió al encuentro un joven el cual rápidamente me tomó del cuello y me pidió todo el dinero que llevaba; esto fue una experiencia terrible y cada día que salía temía de volverlo a encontrar y desee ya no ir a clase pero por amor al Señor y a mis alumnos lo seguiría haciendo sólo que ya no me iría sola nunca.

Terminamos el curso y para mi tristeza pude darme cuenta que el más pequeño de mis hermanos no adquirió un gran testimonio y no se mantuvo fuerte en su decisión por temor a mi papá. Ese año graduó un joven. Cuando nuevamente me pidieron que fuera maestra dije que no, que eran muchas las dificultades y temía llegar a enfermarme de los nervios por todos los sustos que pasaba, ya que había veces en que estábamos a punto de salir y oíamos ruidos en el cuarto de mi papá y teníamos que esperar un rato o escondernos para que no nos vieran.

Pero mis alumnos quienes me amaban y a quienes amo me pedían que no los dejara y entre ellos se pusieron de acuerdo para ayunar y orar porque yo continuara siendo su maestra. Y el Señor contesto su oración ya que puso en mi corazón la fortaleza para continuar soportando todo.

Este es mi cuarto año y al igual que todos he tenido grandes dificultades, un día antes de iniciar la clase tuve que hablar con otro de mis hermanos; el único que no ha aceptado el evangelio; porque a partir de ese año él iría ya a estudiar su carrera profesional, y tuvimos la suerte o desgracia de tener el mismo horario, él tenía que saber que no podría irme con él por las clases y que mi otro hermano me acompañaba. Me reprochó nuestra actitud con palabras muy duras, pero aceptó callar por mi padre para no causarle otro dolor.

Ese mismo día mi papá me dijo que como mi hermano y yo teníamos el mismo horario y era muy temprano, él nos llevaría a clases, ¡no! Eso no podría ser, yo tenía que dar la clase e inventé miles de pretextos, hasta que finalmente lo convencí que no lo hiciera.

En lo que va de este curso he tenido muchos pequeños problemas con respecto a seminario motivado por el hecho de que mi hermano está conmigo en la escuela, ahora sólo deseo que pasen estos 40 días que me faltan para poder graduarme en seminario como maestra ya que no lo pude hacer como alumna, ya que entre a la Iglesia cuando tenía 18 años.

Espero que este año gradúen 2 de mis alumnos y que el tercero y el cuarto salgan a la misión este mes de marzo como lo solicita su llamamiento y que mi primer graduado, mi hermano, regrese de la misión en el mes de abril, que 5 de mis alumnos que este año salen de la secundaria vayan al Benemérito como es su deseo y que el próximo año salga a la misión la primer jovencita graduada en mis clases y 2 jóvenes que el próximo año terminan. Y que el próximo año 3 de mis jovencitas ya comprometidas en matrimonio puedan llegar al Santo Templo a efectuar el sagrado convenio del matrimonio. No ha todos los he podido rescatar de las garras de Satanás, pero estos pocos son grandes a la vista de Dios.

Pero el deseo más grande de mi corazón es que mis padres acepten el evangelio y algún día seamos una familia eterna; sé que esto será así y pido al Señor paciencia para no desesperar. Les doy mi testimonio que Dios nos ama y desea nuestro progreso.

El ha puesto el programa de Seminarios e Institutos para preparar jóvenes especiales para salir a una misión y para llevar a cabo un buen matrimonio. Sé que Él nunca nos da mandamientos sin antes preparar el camino para lograrlo y sé que por cada sacrificio que hagamos recibiremos una bendición.
Ruego al Señor que nunca decaiga el deseo de seguir adelante en Cristo; maestros no desmayemos en la batalla y venceremos a Satanás; jóvenes no decaiga vuestro ánimo y continuarán realizando los grandes milagros y toda la palabra será cumplida.

Mantengámonos siempre firmes en nuestra mira en Cristo Jesús.

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